BAÚL DE LOS RECUERDOS



Ayer abrí la inmensa caja que duerme en el fondo del armario.

Buscaba algo concreto y necesario, y me encontré revisando lo inoportuno e inesperado ya que no suelo guardar ninguna caja de amores viejos y creí haberme desecho de la mayoría pero para mi sorpresa ahí estaban esas fotografías del pasado, de distintas  relaciones.

Una nostalgia inusual me llenó los pulmones.

Estaban todos ahí, mirándome a los ojos desde algún rincón del olvido, los viejos amores, cada uno que  dejó una huella en mí, del que heredé alguna costumbre, idea, manía, fijación, etc.

Cada foto era una escena recortada de mi vida. De esa vida de costumbres fabricadas de a dos, de silencios sin eco y cartas con destinatario, que en nada se parece a la de ahora.

Amores que supieron colgarme un rato de la luna, donarme promesas y abrazarme. Y amores que se perpetuaron en un intento, hasta desbordarse de mis manos y escurrirse en un adiós.

Esos hombres que calaron hondo, que habitan en mi subconsciente, donde el exilio para ellos no existe, aun cuando lo decreté, y  se quedaron de ilegales o clandestinos.

En esa caja, y en alguna solapa de mi memoria, procuraban sobrevivir al destierro del olvido absoluto, obligándome a pensarlos.

Confieso que no fue fácil recordar algunos nombres. Los amores de relleno y al paso, los idilios de verano, los que duraron menos que la lluvia, los que no resistieron la distancia. Breves, huidizos, intrépidos amoríos de noches sin días.

Y los otros los amores de varios almanaques, los que todavía duele recordar, los que a pesar de las lágrimas no se oxidaron, aquellos que dejaron una estría en el alma y una piedra en la garganta.

Viejos y grandes amores que con su adiós dejaron mi mundo en terapia intensiva. Devastaron los rincones felices, atentaron contra las canciones de amor y la poesía, amores que me arrancaron el afecto de los amigos compartidos, de los sobrinos, suegros y cuñados provisorios, multiplicando la tristeza.

Antiguos noviazgos de convivencia y mutua compañía. De corazones en el margen de las notas, baño de espuma y recetas de cocina para dos.

A la distancia, a esa distancia que no se mide en kilómetros sino en años vencidos, descubro que algunos de esos amores dejaron fisuras sin rellenar. Pequeños espacios vacíos, rincones abandonados que quedaron a merced de la vida, del futuro y del después.

Relaciones que no fueron capaces de morir en el punto final y que agonizan desde entonces en un lugar apartado de lo cotidiano. Personas a las que siempre me negué a dejar ir del todo, a las que me gustaría espiar por una cerradura imaginaria para poder contarles los lunares y las penas.

Nombres que resaltan en negrita en la historia de mi vida y surcan las hojas del pasado con la misma insolencia con la que prometieron la eternidad del amor, esos viejos amores que exilian una parte de lo que fuimos. 

Hay que desapegarse de la cajita de fotos y cartas es necesario romperlas  ya que el día menos pensado ahí están para recordarte esos no finales felices. Es por esta razón que intento vivir más desapegada de mi pasado, y nostalgias, sin tejer anti historias. Y aunque por más que desechemos todos esos  recuerdos y seamos consientes de que  la memoria no se pueda borrar y más si son buenos recuerdos es mejor dejarlos  para la posteridad, para una charla con amigas, para una borrachera, para cuando sea necesario robarnos una sonrisa o  cuando queramos llorar.

Creo que todo consiste en aprender a convivir con lo que fuimos y con los vestigios de los amores pasados ya que de todos habremos aprendido algo y el futuro seguramente deparara algo mejor. 


Cristina Sánchez

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